Como echo de menos esos post tan sarcásticos, divertidos e irónicos. Aunque a veces cuando peor estabas intentabas escribir para sacarnos una sonrisa pero el peso de tu estado se reflejaba en tus metáforas.
Es curioso, cada uno tenemos nuestro lugar, hasta en las redes sociales, echamos de menos a gente que luego nos falta. Tan cerca y tan lejos. Pero de todo, me quedo con tu positividad, tu sonrisa y lo buena persona que eras.
Mi experiencia contigo fue especial. Amigos de muchos años atrás, desde el 2010 por lo menos. Facebook hizo que conectáramos de una forma casual.
Comentábamos tus excursiones en bicicleta, una gran afición con la que tuviste alguna caída espectacular, ese día mostraste tus golpes, tu dolor a todo el mundo. Tu cara golpeada, y tu cuerpo lleno de hematomas, creo que incluso te rompiste algo, no recuerdo que fue…Después de esta caída te perdí la pista.
Comentábamos tus excursiones en bicicleta, una gran afición con la que tuviste alguna caída espectacular, ese día mostraste tus golpes, tu dolor a todo el mundo. Tu cara golpeada, y tu cuerpo lleno de hematomas, creo que incluso te rompiste algo, no recuerdo que fue…Después de esta caída te perdí la pista.
Al fondo, el Moncayo, Zaragoza |
Años después, cuando dí por perdido tu contacto, tu amistad de repente resurgió en Facebook. Nos alegramos los dos y comenzamos de nuevo a hablar de nuestras cosas. Un día de la noche a la mañana, me comentaste que estabas un poquito pachucho, pero no me decías por qué. Siempre me hablabas de mis fotos, de tu deporte, de tu jubilación etc, tu estupenda familia, tu jubilación, el mundo minero, hablabas de Teruel, pero nunca decías nada de tu terrible enfermedad.
Un día, decidiste conocerme, era tu ilusión. Tantos años de amistad virtual, nos hacía ilusión a los dos.
Recuerdo que quedamos cerca de mi casa, en un bar para tomar un café. Yo como siempre, acudí muy puntual. A los pocos minutos de llegar, recibí un mensaje tuyo por watshapp y me comentas que no puedes salir del coche, que vaya a buscarte. No entendía nada. Pensé que te había ocurrido algo y mi corazón comenzó a latir de forma desesperada sin poder adivinar que podía pasarte.
Al encontrar tu coche, te ví fuera de él, apoyado, agotado, respirando mal. Tu cara me miró con orgullo, a pesar de tu gran esfuerzo, de tu cansancio, y una leve sonrisa, y casi sin poder hablar me dijiste que estabas enfermo y que quizás fuera la última vez que pudieras conducir, y por eso querías conocerme.
Me encontré en una situación difícil, te insistí si te acompañaba a casa, si llamaba a alguien, y me decías que no, que querías hablar de mis fotos que me admiraba, y que te enseñara mis proyectos, quería ver cosas alegres ante el panorama que te esperaba.
Ese mismo día estuvimos viendo mis reportajes en mi Ipad. Casi no podías articular palabra porque el ELA ya te estaba destrozando los órganos por dentro, y cuando no podía decir nada, te comunicabas conmigo a través de su móvil. Mi alma se encogía. Intentaba sonreír, que no se notara mi preocupación, sentía su dolor, mientras, él me daba lecciones sobre la vida.
Nunca una persona me habló con tanto orgullo de su familia, de su mujer, que era su mano derecha y la paciencia que tenía con él. Me habló de su hija, de la cual se sentía muy orgulloso. Y me dijo: “María, nunca dejes nada para mañana. Disfruta todo lo que puedas. Mira lo que me ha pasado a mí, trabajando tantos años y cuando estaba a punto de vivir con mi jubilación, todo se ha truncado. Maldita enfermedad. Ya casi no puedo pedalear por esta lotería que me ha tocado”.
No hablaba del ELA con ira. Sus palabras hacia mí eran tranquilizadoras, aunque yo por dentro no lo conseguía (sentía ganas de llorar, mi sensibilidad estaba a flor de piel)
En alguno de esos momentos que trataba de comunicarse conmigo vi que alguna lágrima afloraba de sus ojos. Intentaba bromear con él para que sonriera y por lo menos, y con el GRAN ESFUERZO que había hecho en venir a verme no podía defraudarle.
A la media hora le dije que se fuera, estaba preocupada por su vuelta a casa. Le dije que me avisará al llegar. Sus palabras fueron: «seguramente esta será la última vez que coja el coche».
Reconozco que esta situación, y el verlo así tan mal sin esperarlo, me dejó hundida durante mucho tiempo. Estuve llorando durante días. Siempre con la esperanza de que algún milagro ocurriría y podría sobrevivir.
En mi mente quedará su recuerdo de por vida. Incluso ahora, al escribir me emociono del orgullo que sentí, por ese momento, por lo afortunada que fui, por ese gran sacrificio que hizo.
En mi mente quedará su recuerdo de por vida. Incluso ahora, al escribir me emociono del orgullo que sentí, por ese momento, por lo afortunada que fui, por ese gran sacrificio que hizo.
Su generosidad fue lo más bonito que me ha ocurrido nunca con alguien que solo conoces virtualmente.
Por eso, hoy, te echamos de menos. Y seguro que dónde estés serás muy feliz, contagiabas positivismo. Tuviste mala suerte con el ELA, pero yo fui muy afortunada por tener la gran suerte de conocerte.
Triste pero muy emocionante. Lo siento