Se aproxima el fin de semana.
María va de compras al Supermarching. Comprar es aburrido, pero hay que llenar la nevera. Cereales, lechuguita, tomates, fruta, yogures, un poquito de todo y que no se olvide algo dulce. María es muy laminera, y el dulce le apasiona, aunque se controla bastante porque es propensa a coger kilitos.
Va recorriendo uno a uno los pasillos para no olvidarse de nada y al girar en el centro, tropieza con una cara conocida. Sorprendida, llega a sonrojarse, y disimula hablando por el móvil. Un compañero de Instituto, bastante atractivo, rubito, y ojos azules…. no recordaba en ese momento su nombre, al final le salió: .José.
Un chico que siempre le había gustado y nunca se había atrevido a decirle nada. Su corazón se estremeció al verlo. Vinieron a su mente recuerdos bonitos de aquellos años. Pero ¿qué hacía allí José? Iba solo a comprar. Seguramente no se había casado como María, a sus 37 años seguía soltera.
María, continuó comprando, sin poder centrarse en lo que hacía. Al llegar a la caja, volvió a mirar hacia el fondo del supermercado pero no lo volvió a ver. Se fue inquieta, con ganas de volver a encontrarse con él, y poderle hacer preguntas. Pagó su compra y se fue meditando lo que le había ocurrido.
Transcurrió el fin de semana, y continuaba pensando en él. Lunes, martes, con ganas de que la semana fuera pasando rápidamente y poder volver a verlo. Seguramente volvería a comprar. Era lo que a María le apetecía. Miles de preguntas sin respuesta se agolpaban en su cabeza y tenía ganas de resolverlas.
Al fin llegó el viernes, María se puso sus mejores galas, guapa, de peluquería, bien maquillada. María miraba para todos los lados sin ningún éxito. Recorría un pasillo tras otro, pero no lo encontraba. Al terminar la compra, se dirigió a la caja. La desilusión le embargaba, le había cambiado el semblante, esa ilusión tan bonita que tenía al llegar. Comenzó a sacar un producto, y otro, y cuando iba a pagar, un señor joven que estaba detrás de ella le dice con una voz jovial y encantadora, “se deja el cepillo de dientes dentro del carro”. María, se vuelve y era él. Sus miradas se encontraron. Brillaba una luz especial en los ojos de María, se saludaron con dos tímidos besos y después de pagar, estuvieron recordando momentos de juventud. El amor se respiraba en el ambiente.
De repente se paró el reloj, se paró el tiempo.
Más romanticismo anónimo
Un minuto….
Es el tiempo que necesito para llenarme de tus ojos.
Cinco minutos ya son un deseo y media hora toda mi vida….
Por ese minuto voy, vengo, salto, y lo más importante, sueño.
Sueño con tu sonrisa, sueño con tus manos cerca de las mías y mis ojos no se atreven a mirar a los tuyos.
Y esa sonrisa, que a la vez me hace padecer y ser feliz, que hasta en sueños la imagino y que aunque no hable me susurra al oído, eso me basta.
Me encanta la frescura de tus palabras. Me hacen recordar sentimientos ya olvidados….